Soberano Esposo mío
Soberano Esposo mío,
ya voy, dejadme llegar;
no me deis, Señor, desvío,
para que entre en vuestro mar
este pequeñuelo río.
Socorredme, dulce Esposo,
y dad la debida palma
a mi cuidado amoroso
para que descanse el alma
en los brazos de su Esposo.
Vuestros brazos me daréis,
que si a pediros me atrevo,
es porque no miraréis
a lo mucho que ya os debo
lo poco que me debéis.
Cumplid, Esposo, los conciertos;
quitando al alma los lazos,
serán mis abrazos ciertos,
pues que por darnos abrazos
tenéis los brazos abiertos.
Si Vos los brazos me dais,
yo os doy el alma en despojos,
y pues ya me la sacáis,
volved, mi Cristo, los ojos
a quien el alma lleváis.
Pues el corazón os di,
denme esas llagas consuelo;
entre el alma por ahí,
pues son las puertas del cielo
que se abrieron para mí.
Huéspedes tenéis, y tales
que no sé si he de caber;
mas puesta en vuestros umbrales
quepa esta pobre mujer
entre tantos cardenales.
Mi alma vive de manera,
guardando de amor la ley,
que en Vos su remedio espera,
pues tiene tal Agnus Dei
colgado a su cabecera.
Por vuestra me recibid,
no miréis a mi pobreza;
si voy segura decid;
mas, pues bajáis la cabeza,
diciéndome estáis que sí.
Ahora es tiempo que veamos
adónde llega el querer,
si es verdad que nos amamos,
yo ya me vengo a esconder
entre este árbol y sus ramos.
Siendo así, Esposo sagrado,
en aquestas ansias bravas
válgame vuestro cuidado,
pues me asgo a las aldabas
por que me valga el sagrado.
Desta postrer despedida
yo no temo el dolor fuerte
si con Vos, mi Cristo, asida
a la hora de la muerte
tengo en mis manos la vida.
Si en las manos tengo a Vos
con regalos soberanos,
ya estamos juntos los dos,
pues que Dios está en mis manos
y yo en las manos de Dios.